Los ogros perseguían las almas élficas como luciérnagas atraídas por la luz.

Tras la larga guerra contra los humanos, me convertí en el único elfo que quedaba en el Bosque del Gran Árbol. Estaba desesperado, y lo único que podía hacer por mi pueblo perdido era consolar a sus almas errantes.

Me llevó mucho tiempo preparar el ritual, y por fin hoy empecé el primero. Las frutas del alma brillaron con la canción del Gran Árbol, y los Wolpertingers recogieron las Almas élficas para enviarlas al cielo una por una.

En ese momento, salieron los ogros del bosque profundo. Se sintieron atraídos por las relucientes Almas élficas y comenzaron a robarlas. Wolpertingers y yo nos quedamos estupefactos ante estos huéspedes no invitados.

Bajé del Gran Árbol y me acerqué a los ogros para hacer algo al respecto, pero lo que vi me impactó. Entre los ogros que estaban ocupados robando almas élficas, un ogro que parecía ser su líder, estaba masacrando a los humanos.

Se sentía una gran hostilidad hacia ellos. Reconocí su rostro. Era Kanzaizin, el ogro que acogió mi mejor amigo Lirel.

Kanzaizin era el único sobreviviente de un clan que los humanos aniquilaron, y Lirel lo acogió igual que hizo con otros huérfanos de guerra. Lirel le dio un nombre y se hizo cargo de él hasta convertirse en adulto.

Así que intenté persuadir a Kanzaizin para que se marchara con sus otros amigos ogros. Creí que se iría en paz si sabía que una de las almas del bosque era la de Lirel.

Lo que pasé por alto fue que habían pasado cien años desde la última vez que lo vi. No era el niño que recordaba. Cuando intenté hablar con él, no parecía recordar en absoluto a Lirel. Rugía con agresividad. No era más que un ogro salvaje, lleno de rabia contra los humanos.

Así que los ogros se quedaron hasta el final del ritual, y solo pude enviar una cantidad reducido de almas al cielo. Supongo que necesitaré una eternidad para liberar a todas las almas del bosque.