La última frase de la carta del rey resonó en mi mente.
"Como tu rey, te ordeno: si eres verdaderamente leal, cumplirás mis órdenes incluso después de morir".
Esta noche he recibido una carta del rey. Hasta que rompí el sello, esperaba que fuera solo otra misión. Pero cuando lo abrí, me dejó sin aliento.
"Mañana, al anochecer, tú y tus hombres renacerán como guardianes de la reliquia real. Este será el deber más honorable que se le dé a la guardia, porque la verdadera lealtad no termina con la muerte".
Las palabras del rey en el pergamino me causaron gran pesar. Su mensaje era claro: mis hombres y yo nos convertiríamos en fantasmas y custodiaríamos la reliquia real para siempre. Mi pulso se aceleró y me resultó difícil respirar.
Había vivido como su guerrero leal, dándolo todo por él y sus órdenes. Estaba dispuesto a morir por él en cualquier momento.
¿Pero ser despojado de todo sentido de vida y libertad, ser reducido a un alma que custodie una reliquia por toda la eternidad? Habría preferido morir, pero ese era un destino que no podía elegir.
Lo que más me agobiaba era tener que decírselo a mis hombres. Me temblaron las manos mientras miraba la carta. Si lo rompo, si hago huir a mis hombres... No, no puedo. Me convertiría en un criminal al que el Ejército Real perseguiría por el resto de mis días.
Uno por uno, los rostros de mis hombres se dibujaron en mi mente y la tristeza colmó mi corazón. Habían recorrido los campos de batalla con el rey, privados de ver a sus familias, pero llenos de orgullo como miembros de la guardia real.
Durante mucho tiempo, me quedé paralizado, con la cabeza gacha. Era hora de tomar una decisión: como capitán de la guardia, debo informar a mis hombres del cruel destino que nos espera. Si debo soportar este inevitable destino, al menos debo hacerlo sin vergüenza. Con gran determinación, levanté lentamente la cabeza.