Durante mis años de secuaz de Kazar conocí muchas facetas suyas; sin embargo, nunca me había asustado tanto como ayer.

No hace mucho, mientras nos deshacíamos de los rebeldes, capturamos a una familia entera de aldeanos que estaba aliada con ellos. Planeamos llevarlos directamente al campamento para ejecutarlos, según la política de Kazar de no mostrarles piedad a los prisioneros.

Sin embargo, Kazar tenía otra idea. Convocó al padre y le ofreció liberar a su familia si le hacía el honor de ejecutar a los demás rebeldes del campamento.

En un principio se notaba ambivalente... pero acabó por aceptar la propuesta, abandonando sus convicciones para salvar a sus hijos. Claramente yo, que conocía a Kazar mejor que nadie, no podía entender su oferta, pero mis preguntas no encontrarían respuestas hasta el día de la ejecución de los prisioneros.

Llegó el día de la ejecución y el hombre, manteniendo la promesa que le hizo a Kazar, apareció con un hacha para decapitar a los miembros de la Resistencia encapuchados uno a uno. Lo hizo todo a sangre fría, sin derramar una sola lágrima.

Solo después de matar al último miembro de la Resistencia, se dio cuenta de que los hombres a los que mató eran en verdad sus tres hijos. Kazar nunca había tenido intenciones de mostrarles piedad.

Sonrió con gran satisfacción mientras el hombre lloraba de pesar, y la risa tan sincera que salió de su oscuro yelmo me heló la sangre.

Entonces me di cuenta de que lo único que me salvaría de un destino similar era nunca darle motivos de duda a Kazar de no estar de su lado. Así que, si deseas permanecer en buenos términos con la Legión de Arkeum (o con tu cabeza sobre tu cuello), recuerda lo siguiente:

solo la lealtad firme hacia Kazar podrá salvarte.