Corría el rumor entre los trotamundos de que la realeza de Solisium escondía algo valioso en la Isla Nébula. No lo desestimé como un cuento de hadas porque conocía la historia de Balogan, un anciano que conocí por casualidad en la calle.
Balogan era un constructor famoso y siempre hablaba de los horrores que presenció cuando trabajaba en la Isla Nébula. Al principio pensé que no era más que el parloteo de un anciano senil, pero su historia era extrañamente específica y coherente.
Fue por eso que yo, Cohen, decidí comprobar su relato yendo hasta la Isla Nébula, algo esperable de un reconocido escritor de viajes como yo. Incluso encontré el alojamiento para empleados del que Balogan me habló, y su patio delantero estaba lleno de lápidas antiguas y abandonadas.
Cuando estaba dibujando el patio delantero y las lápidas, una mujer se me acercó y me rogó que la ayudara a encontrar a su criatura. Me pareció extraño, pero la mujer estaba desesperada y no pude decirle que no.
Dijo que la criatura debía haberse quedado dormida entre las lápidas, así que ahí comencé a buscarla. Pero lo que encontré fue un pequeño montón de huesos. Cuando volví a hablar con la mujer, sollozó y empezó a contarme una historia.
Su marido era un famoso constructor. Un día, el rey lo convocó a la Isla Nébula para un proyecto, y ella nunca volvió a saber de él. Así que la mujer viajó a la isla con su criatura en busca de su marido. Pero lo único que encontró fue un alojamiento abandonado y unas lápidas extrañas alrededor de la casa. Se asustó e intentó irse, pero se perdió en la niebla y al final pereció con su criatura.
Luego, la mujer desapareció. Hice un boceto de su rostro en mi diario y volví con Balogan. Le conté lo que pasó en la isla y, cuando le mostré el dibujo, lloró. Dijo que era su esposa.
Escribí un libro sobre la familia Balogan, como una forma de mostrarles mis condolencias. Pero por alguna razón desconocida, mi publicación fue prohibida.
Esto se me hizo muy raro, así que me cambié el nombre y me fui de casa. Pasaron los años, y cuando estaba pensando en volver a casa, escuché la noticia de que Balogan había fallecido.
En su funeral, las personas que me reconocieron me hablaron de Balogan. Me contaron que Balogan se empeñaba en ocultar minuciosamente su pasado. Fue entonces que supe que jamás me habría contado lo de la Isla Nébula si no se hubiera vuelto senil.
Al final, renuncié por completo a la idea de volver a casa. Y nunca olvidaré lo que me pasó en la Isla Nébula.