Registro de un exiliado de Talandre

No soy un escritor por naturaleza, pero siento que debo contarle a alguien lo que vi. Por esta razón tomé una pluma para registrar la verdad de aquel fatídico día.
Los licántropos son feroces y crueles por naturaleza, pero las leyendas dicen que no dañan a niños ni a mujeres que no sean guerreras. Según las historias, los cazadores son brutalmente asesinados, pero las mujeres y los niños regresan ilesos a la aldea.
Sin embargo, ese día fue diferente. Había partido para destruir a los licántropos Kowazán, un clan que había invadido Talandre por orden de un señor aliado con la Legión de Arkeum. Kowazán no solo era el nombre del clan, sino también de su jefe de muchas generaciones. Quizás ni siquiera sea un nombre, sino más bien un título. En aquel momento, los Kowazán era muy fuertes, así que todos teníamos miedo de las verdaderas víctimas de esta guerra. Habíamos oído que el nuevo Kowazán que recientemente se había convertido en jefe era muy poderoso, lo que explicaba cómo habían llegado tan lejos, hasta Talandre.

Cuando oí el gran rugido del clan Kowazán, tuve que usar todas mis fuerzas para no caer al suelo. Los licántropos salieron del bosque y mataron a mis camaradas. No pude hacer más que observar mientras partían a uno de mis compañeros por la mitad. De alguna manera, logré sacudirme el estupor y encontré la fuerza para trepar a un árbol. Desde ahí, solo vi un desastre de gritos y muerte.
Mientras me sujetaba desesperadamente a una rama, aterrado y temblando, de repente sentí el olor de algo que se quemaba. Era muy intenso. Entonces, todo se llenó de humo. El corazón se me paró en un instante cuando pensé que alguien estaba intentando quemar el bosque para detener a los licántropos. Me había trepado al árbol para sobrevivir, pero si me quedaba ahí, me quemaría vivo. Si bajaba del árbol, las garras de los licántropos me harían trizas en un instante. Miraba al suelo sin saber qué hacer, indefenso e incapaz de reaccionar.
Entonces, vi a la muchacha. Tendría unos catorce o quince años, llevaba el cabello largo y negro, y vestía una túnica negra larga. Parecía irreal, y el aura violeta que la envolvía hacía parecer que había salido de un sueño.
Lo que vi a continuación es algo que jamás olvidaré, hasta el día que muera.

La muchacha hizo un gesto con las manos y la misma aura violeta que la rodeaba estalló, y todos los licántropos que la rodeaban se convirtieron en polvo. Así es, literalmente se volvieron ceniza. Me quedé helado y no pude emitir ni un grito mientras veía cómo sus cuerpos se desintegraban en el viento. La muchacha comenzó a alejarse y tras ella se iba el olor a azufre quemado.
No podía quitarle los ojos de encima. De repente, apareció frente a ella un aterrador licántropo. Era una cabeza más alto que todos los demás, y estaba cubierto de un pelaje con un diseño peculiar: asumí al instante que era el mismísimo Kowazán. La muchacha caminó lentamente hacia él.
¿Puedes creerlo? Cuando ella levantó las manos hacia el gigante, Kowazán, en una cruel reacción, lanzó hacia adelante a un secuaz que tenía a su lado. Del secuaz solo quedaron cenizas. La chica volvió a mover las manos suavemente, como si fuese una danza. Entonces, con una velocidad vertiginosa, la inmensa figura de Kowazán saltó detrás de otro secuaz aturdido, pero ese licántropo también se evaporó.

Kowazán, tan infame y orgulloso, sacrificó a un hombre tras otro para salvar su propia vida. La chica, visiblemente hastiada de jugar al gato y al ratón, chascó los dedos suavemente y Kowazán soltó un aullido espeluznante. Casi me caigo del árbol por el ruido, pero logré sujetarme, y Kowazán salió huyendo a toda prisa, despidiendo gritos de agonía.
Luego escuché que Kowazán perdió un ojo, aunque no podría asegurarlo ya que la oscuridad me envolvió enseguida. No recuerdo nada más. Cuando desperté más tarde, un guardia que pasaba a mi lado me dijo que me había caído del árbol tras quedar inconsciente. Tal vez la chica no tenía interés en un peón como yo. Tal vez estaba de mi lado. Sobreviví al incidente sin sufrir heridas muy graves, además de un brazo y una pierna rotos. También tuve suerte de no golpearme la cabeza.
Aun así, quedé profundamente afectado. No dejaba de tener pesadillas en las que veía licántropos convertirse en cenizas, y también veía a aquella muchacha... No dejo de pensar que algún día podría reducir a ceniza a todos los soldados a su alrededor para luego desaparecer, como una verdadera diosa de la muerte...

Al final, logré quedarme en el campamento en el límite del bosque por un tiempo, porque tenía las extremidades rotas. Cuando estuve en condiciones de moverme, fui casi a rastras hasta Fuertepétreo.
Al llegar a la aldea, temblaba y sudaba a mares. Los aldeanos me dieron una cálida bienvenida cuando se dieron cuenta de que era un desertor. Dijeron que los Kowazán, que habían estado expandiendo su territorio hacia Talandre, al norte, habían dado la vuelta repentinamente y habían cortado el paso de todos los puentes al norte para regresar al valle. Los aldeanos también dijeron que los Kowazán se habían vuelto más feroces después de lo que les sucedió.
Me reconfortaron diciendo que la vida no sería más distinta en Fuertepétreo de lo que era en Talandre. A mí no me importaba, siempre que no estuviera cerca de esa aterradora muchacha.
Si hay alguien allá afuera que lea esto, que tome nota: si una muchacha de cabello negro con un aura púrpura a su alrededor se aparece frente a ti (aunque tal vez ya no sea una muchacha), corre. Hagas lo que hagas, seas lo que seas, solo corre. Es la única manera de seguir con vida.