Había una baba verde pegajosa y maloliente en el suelo. Justo cuando pensaba que algo debía haberse desbordado, sentí un escalofrío en la espalda.
Desde que empecé mi carrera como trotamundos, nunca antes me había aventurado a salir con tantos otros. Luego de mi breve encuentro con el duende comerciante hacía unos días, no paraba de pensar en la Isla Nébula. La Isla Nébula, dijo, era el lugar donde se escondían los tesoros de una era perdida. Era evidente que lo que estuviera allí escondido me estaba llamando. Mis compañeros expresaron su temor, pero yo me mantuve firme. Como trotamundos, debemos poner a prueba nuestra insaciable curiosidad y valentía, ¿verdad?
Por fin llegamos a la Isla Nébula, donde nuestro primer encuentro fue con los guardianes ancestrales, un grupo de soldados hechos de armaduras poseídas. Sentí escalofríos mientras me defendía de sus afiladas espadas y, durante nuestra batalla con ellos, estuvimos a punto de caer una y otra vez. Esta isla era sin duda un lugar temible, digno de leyenda. Tras derrotar a todos los guardianes, encontramos un portal misterioso y entramos sin dudarlo para reclamar el tesoro.
El lugar al que ingresamos a través del portal era un altar oscuro con un aura siniestra. Caminamos lentamente alrededor del altar y notamos una sustancia extraña en el suelo. Era un líquido pegajoso de color verdoso claro. Algo en ello hizo que se me revolviera el estómago, pero no tuve tiempo de darme cuenta de que era una señal de mal agüero.
De repente, desde la oscuridad, un globo ocular gigante nos miró fijamente. El ojo con tentáculos me recordó el nombre Exodus, el cual había mencionado el duende. Comenzó a salir luz del centro de ese ojo demoníaco y, en un instante, los miembros de mi gremio cayeron al suelo. A mi alrededor, los gritos y la conmoción dieron paso al caos y el horrible globo ocular ahora golpeaba el suelo, enviando poderosas ondas de choque. Se escucharon gritos de dolor por todos lados y más de la mitad de mis compañeros murieron en el acto.
La mirada de Exodus nos llevó a una desesperanza infernal. Todo pareció terminar en un instante. Estaba arrodillado en el suelo, aferrado a mi espada. No sentía ira ni sed de venganza, sino un miedo inmovilizante.
Los sobrevivientes se reunieron e intentaron escapar, pero no pude hacer nada porque mi miedo se impuso a todo juicio. Apenas salí con vida con la ayuda de mis compañeros. Incluso ahora, días después, mientras escribo este diario, siento que el miedo ocupa mi mente en lugar del deseo de venganza, y todas las noches tengo pesadillas en las que mis compañeros mueren una y otra vez.
¿Qué es lo que necesito ahora? ¿Luchar, vengarme o simplemente olvidar para siempre los recuerdos de esa isla maldita?