Hasta ahora, creía que los orcos eran dañinos. Matarlos era algo natural. Pero este pequeño orco me cambió por completo.

Aún recuerdo el momento en que una flecha se me clavó en la pierna. Una marca de serpiente negra en la flecha indicaba que fue disparada por el gremio Serpiente Negra. Nos seguían a todas partes y nos tendieron una emboscada cuando estábamos débiles. Me separaron de mi grupo y no pude ir al punto de reunión designado debido a la lesión. Me escondí en unas ruinas y perdí el conocimiento.

Cuando me desperté, me di cuenta de que estaba en una situación muy mala. La "ruina" en la que estaba era una construcción abandonada de los orcos Nebulaka. Intenté ponerme de pie, pero el dolor era demasiado fuerte y no podía caminar en absoluto.

Luego, oí unos pasos ligeros. Apreté los dientes y me escondí. Después de un rato, cuando me asomé, había un orco joven mirándome fijamente. Luego, desapareció. Creí que se había ido a llamar a los adultos.

Pero cuando el niño orco regresó, traía consigo una bolsa de agua y algunas frutas. Lo miré, cauteloso, y él me ofreció la comida y la bebida e hizo un gesto indicándome que podía comérmela. El niño no parecía tener malas intenciones, así que le acepté la comida. Comer lo que me daba un niño orco era una sensación complicada.

Ahí estaba, contemplando mi situación, solo, cuando oí ruidos fuertes provenientes del exterior del edificio. Era la Legión de Arkeum que atacaba la aldea en busca de reliquias. Pensé que era el momento que esperaba para irme, pero luego oí gritar al niño orco. Entonces decidí luchar, aunque me costara una pierna.

Los orcos se sorprendieron al ver a un humano cubierto de sangre y tierra salir de un edificio abandonado, pero cuando empecé a luchar contra los de Arkeum, se unieron a mí. ¡Qué imprudente fui! Pero sabía que nunca me arrepentiría de ello.